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La tómbola del antipolítico:
qué hay detrás del sorteo de su sueldo de Martín Menem

Por Manuela Calvo


Este viernes, Martín Menem —presidente de la Cámara de Diputados de la Nación— sorteará 12 millones de pesos de su sueldo. El gesto, que se repite desde sus primeros días como funcionario público, parece a primera vista una acción “generosa” o “anticasta”. Pero su verdadera carga simbólica es mucho más oscura: no se trata solo de regalar dinero, sino de transformar la precariedad social en espectáculo político. De convertir la crisis en show. Y de encubrir con una sonrisa la violencia estructural que reproduce.

¿Es legal? Sí. ¿Es ético? Difícilmente. ¿Es marketing político? Sin dudas.


Interpretación de la IA Grok de Martin Menem sorteando su sueldo

En un país en el que millones no llegan a fin de mes, que un dirigente nacional convierta su salario público en una tómbola es mucho más que una anécdota llamativa. Es una puesta en escena profundamente violenta, que empuja al ciudadano común —el mismo que sufre las consecuencias del ajuste que ese dirigente impulsa— a apostar todo a la suerte como única alternativa de subsistencia.

¿Dónde queda la democracia cuando lo que debería ser un derecho —el acceso a una vida digna, a un ingreso justo, a una representación política real— se convierte en un premio al azar? ¿Qué vínculo se construye entre el representantes y sus representados si lo que se ofrece no es una política pública, sino el sorteo como un nuevo mecanismo de dadiva virtual?

El sorteo del sueldo no es inocente. Es un gesto que desplaza el eje de la política desde la responsabilidad institucional hacia la lógica del entretenimiento. Refuerza la idea de que la política no tiene valor, que los sueldos de los representantes son un lujo inmerecido, y que el único modo de participar de los beneficios del Estado es por azar, no por derecho. Es la versión institucionalizada de un ticket de Lotería en una sociedad sin horizonte.

Esta lógica se conecta directamente con las estrategias de mercado en el avance de los juegos de azar como salida simbólica para una generación que no percibe oportunidades reales. Jóvenes que saben que no importa cuánto se esfuercen: en este modelo no les ha servido a sus padres, que trabajando no van a poder acceder a lo que aspiran para construir un proyecto de vida, y que frente a esa certeza brutal, el azar aparece como única esperanza. Como único escape de una realidad que los angustia. Y ahí aparece Menem y la estafa libertaria que sorteando su sueldo simula en redes resolver lo que en su función no resuelve. 

En este escenario, la política se degrada en show, y el vínculo entre poder y ciudadanía se pervierte. No hay representación: hay espectadores con ansias de tener suerte de recibir algo de este vinculo. No hay redistribución: hay azar. Y no hay responsabilidad política: hay acciones marketing que vaciaron de sentido al sistema de representación. 

La paradoja es feroz. Martín Menem, se vende como un autsider, siendo el heredero de una dinastía que se enriqueció históricamente haciendo negocios con el Estado, que acumuló causas por corrupción, sobreprecios y contrataciones dudosas, hoy se presenta como "distinto", sorteando dinero público como si fuera de su propiedad. Mientras tanto, impulsa un brutal desfinanciamiento contra la provincia que dice representar, siendo uno de los arquitectos de la pérdida definitiva del punto de coparticipación que históricamente reclamó La Rioja, compensado durante años con transferencias del Tesoro que hoy, gracias a su gestión, ya no llegan.

En este contexto Martín Menem se presenta como el “antipolítico” que regala su sueldo para “no vivir del Estado”, y siendo parte de la casta politica, sostiene que él es quien va a combatir la casta de la que se extrapola en cada discurso público. 

La contradicción es evidente. Su apellido ha sido, por décadas, sinónimo de connivencia entre política y negocios. Hoy, Martín Menem preside la Cámara baja mientras enfrenta cuestionamientos penales por compras irregulares desde la Agencia Nacional de Discapacidad a la firma Suizo Argentina. Además, ha sido señalado por licitaciones sin transparencia, como en el caso del catering del Congreso, y por aprobar contrataciones con sobreprecios multimillonarios en el proyecto de “modernización” edilicia por más de 2.000 millones de dólares. También tiene antecedentes judiciales en la causa Garfunkel.

En paralelo, Menem desde su rol en la cámara baja hace todo lo posible para encubrir lo que se investiga en torno a la “criptoestafa" que se difundió desde la cuenta oficial del presidente de la Nación y compartida por todo su entorno, incluyendo la cuenta oficial de Menem. Todo eso coexiste con su estrategia de victimización y ataque: donde mientras llama corruptos a sus adversarios, sin jamás hacer una denuncia formal por ello. Apela al linchamiento simbólico que circula mejor en redes que en tribunales, mientras el lidia con causas judiciales que mediaticamente son invisibilizadas. 

Lejos de ser una figura aislada, Menem es además uno de los principales responsables del desfinanciamiento de la provincia de La Rioja, a la que representa formalmente, pero ataca sistemáticamente. Desde su banca y con su rol institucional, es parte de la quita de compensaciones económicas históricas —como el punto de coparticipación perdido en los años 80 cuando su tío Carlos Menem fue candidato a presidente— que durante décadas fueron cubiertas, al menos parcialmente, por fondos del Tesoro Nacional (ATN). Hoy, esas transferencias están paralizadas, y la provincia se enfrenta a un colapso financiero sin precedentes. Menem sostiene estas medidas con acusaciones al  gobierno riojano de malversar fondos, frecuentemente aplenando a datos manipulados o directamente falsos, en una campaña que apunta más a la confrontación declarativa, que al combate real por vias institucionales correspondientes ante situaciones como las que denuncia en redes sin accionar. 

El sorteo de su sueldo es parte de esa puesta en escena. Una forma de instalar que la política es un privilegio inmerecido, que el sueldo es un lujo y que quien lo sortea es un justiciero moral. Pero es una trampa retórica: el dinero que sortea es público, no privado. Es un salario por una función pública, no un bono discrecional. Convertirlo en una rifa deslegitima la representación democrática y refuerza una narrativa antipolítica que desinforma.

Además, el gesto no es neutro. Como ya cubrí en el pasado para Página/12, la Libertad Avanza hace un usufructo proselitista de estas campañas que reviste de altruismo una nueva logica clientelar azarosa. Durante las elecciones presidenciales promovieron rifas en escuelas públicas de La Rioja, incluyendo logos partidarios y nombre del candidato presidencial en los numeros que los chicos vendian para recolectar fondos para sus actividades de fin de curso. Mientras sostenian publicamente que cualquier contrincante en el ambito escolar era adoctrinamiento, ellos brindaba favores como poner a disposición motocibletas como premios para que los chicos vendan soportes con sus insignias proselitistas en campaña revistiendolas de un acto de beneficencia. 

De por si, instalar la idea de que lo político debe ser sorteado no solo degrada la función pública, sino que pervierte la relación entre ciudadanía y Estado, reduciéndola a un golpe de suerte.

En definitiva, no se trata de a quién le toca el premio, sino de qué lógica se promueve desde el lugar más alto del Congreso. Y la lógica de Menem es clara: mientras gestiona millones, acumula sospechas e impulsa reformas regresivas, el humo del sorteo del sueldo distrae sobre su vinculo real con los fondos públicos. 

La violencia no es solo la que se ve. Es también la que se naturaliza. La que convierte la desesperación en sorteo, la política en tómbola, la función pública en circo, y al ciudadano en jugador. Es esa violencia simbólica la que hoy debemos denunciar.


Porque el Congreso no es un casino. Y la democracia no se rifa.